Ave Fénix, al darse una vuelta por el centro de la Ciudad de Oaxaca de Juárez -en esta Oaxaca digna, valerosa y, por desgracia, sangrante y acuartelada: acosada por tanquetas y fuerzas antimotines- advirtió en su matutino deambular por las calles empedradas, el existente y constante clamor [de su pueblo] reflejado en las paredes:
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