Me dirijo a la boca del Metro, y antes de entrar leo la noticia del día: "Carlos Slim critica la radicalización de la izquierda en México". La frase, puesta a ocho columnas, se remata con otra: el bloqueo de Paseo de la Reforma fue una "locura mexicana, kafkiana". Las palabras sigilosas me siguen, me alcanzan y continúan reverberándome aún en el vagón del Metro, mientras mis ojos registran al pordiosero, al contrahecho, a la india que extiende un papel comunicando su miseria, al rostro fatigado del obrero, a los cuerpos quebrados de los de la otr(a)edad.
Las frases danzan desafiantes mientras reconozco las ropas raídas del joven cholo, el huarache gastado, la cabellera encanecida prematuramente, la mirada taciturna de la señorita enamorada y, por supuesto, las letanías de los vendedores de dulces, casetes, lapiceros, ungüentos para el dolor, pasquines, paquetes baratos de cosméticos, lentes corrientes contra el sol, que aparecen, estación tras estación, como actores de una obra que parece eterna. ¿Se habrá subido alguna vez al Metro el señor de las declaraciones? ¿Será sensible a esta otra forma de locura? ¿Desde cuál óptica habrá invocado a Kafka? ¿Comprenderá la palabra pobreza utilizada con asepsia estadística para significar a las dos terceras partes de los mexicanos?
El supremo magnate, el mercader por excelencia ha hablado, y de inmediato todos los reflectores, los micrófonos y las cámaras se han inclinado para escucharle. ¿Podría algún otro mexicano ser oído, leído, consultado con atención parecida? ¿Habría forma de que cualquiera de nuestros conciudadanos pudiera dirigirse a la nación para comunicar su realidad kafkiana? ¿Cómo decirle al oído que quizás se ha equivocado, que sus palabras analizadas a la luz de lo real son jeroglíficos sin ningún sentido? ¿Quién puede explicarle que un lisiado moral no tiene ya derecho al habla?
Entonces brotan las estadísticas, nefastas como toda verdad: mientras que uno solo de los 100 millones de mexicanos gana 17 millones de dólares diarios, otros 85 millones viven (es decir, sobreviven) con 5 mil 400 pesos al mes. Usted escoja: ¿Kafka, Ionesco o Harold Pinter?
Cuando el tercer hombre más rico del planeta se despierta, cierran los ojos millones de otros más que no se atreven a mirar, que prefieren ser indignos, cobardes o mezquinos antes que cuestionar este orden absurdo. Los más aceptan este estado demencial de las cosas, pero otros dejan sus muletas y aprenden a caminar. La verdad revelada hace caer instituciones, mitos, efigies, costumbres, añejos supuestos, conformismos, miedos. La "revolución de las conciencias" hace su entrada, levanta puños, y construye efímeros plantones en el centro de la ciudad, para enfrentar la ignominia de la plutocracia, con los más notables de los empresarios incluidos, que violando todo precepto democrático han hecho nombrar a un presidente espurio.
Recuerdo entonces las palabras del emperador de las telefonías y las encuentro diminutas, ineficaces y estériles frente al vendaval que se avecina, en este mundo donde la concentración del poder económico ha rebasado toda previsión histórica. La ignominiosa inequidad social y las titánicas agresiones a la naturaleza con las que se han festejado las burbujeantes orgías del capital están llegando a sus límites. No sólo los ciudadanos de todos los rincones del planeta están adquiriendo conciencia, también Gaia, la madre tierra, como ha documentado el científico inglés J. Lovelock se apresta a pasarle la factura al Homo sapiens. Estima el sabio, proyectando los efectos del cambio climático global, que hacia finales de este siglo.
Entonces la imaginación toma el poder y al mismo tiempo se quiebra derrotada ante el milagro. Si Slim, el kafkiano, se decidiera por una nueva forma de locura, la felicidad o la mesura podría llegar en un instante, rosado, tornasol, quizás violeta, a todos los mexicanos. La fórmula es sencilla, lógica, instantánea y nada costosa: bastaría con dividir la riqueza económica del magnate de las telecomunicaciones (30 mil millones de dólares según Forbes) entre el número de miembros de la especie con pasaporte mexicano colocados en el estrato de mayor pobreza (digamos unos 25 millones): cada ciudadano de ese país de sufrimientos, disparidades e injusticias, dispondría de inmediato para el pleno disfrute de su existencia de mil 200 dólares. A la nación retornaría la tranquilidad, a ellos el festín, la seguridad y quizás la prudencia; y lo más importante, el magnate Slim se salvaría de convertirse en cucaracha, tal como lo previó, y sin conocer este país, el escritor checo.
Víctor M. Toledo.
Las frases danzan desafiantes mientras reconozco las ropas raídas del joven cholo, el huarache gastado, la cabellera encanecida prematuramente, la mirada taciturna de la señorita enamorada y, por supuesto, las letanías de los vendedores de dulces, casetes, lapiceros, ungüentos para el dolor, pasquines, paquetes baratos de cosméticos, lentes corrientes contra el sol, que aparecen, estación tras estación, como actores de una obra que parece eterna. ¿Se habrá subido alguna vez al Metro el señor de las declaraciones? ¿Será sensible a esta otra forma de locura? ¿Desde cuál óptica habrá invocado a Kafka? ¿Comprenderá la palabra pobreza utilizada con asepsia estadística para significar a las dos terceras partes de los mexicanos?
El supremo magnate, el mercader por excelencia ha hablado, y de inmediato todos los reflectores, los micrófonos y las cámaras se han inclinado para escucharle. ¿Podría algún otro mexicano ser oído, leído, consultado con atención parecida? ¿Habría forma de que cualquiera de nuestros conciudadanos pudiera dirigirse a la nación para comunicar su realidad kafkiana? ¿Cómo decirle al oído que quizás se ha equivocado, que sus palabras analizadas a la luz de lo real son jeroglíficos sin ningún sentido? ¿Quién puede explicarle que un lisiado moral no tiene ya derecho al habla?
Entonces brotan las estadísticas, nefastas como toda verdad: mientras que uno solo de los 100 millones de mexicanos gana 17 millones de dólares diarios, otros 85 millones viven (es decir, sobreviven) con 5 mil 400 pesos al mes. Usted escoja: ¿Kafka, Ionesco o Harold Pinter?
Cuando el tercer hombre más rico del planeta se despierta, cierran los ojos millones de otros más que no se atreven a mirar, que prefieren ser indignos, cobardes o mezquinos antes que cuestionar este orden absurdo. Los más aceptan este estado demencial de las cosas, pero otros dejan sus muletas y aprenden a caminar. La verdad revelada hace caer instituciones, mitos, efigies, costumbres, añejos supuestos, conformismos, miedos. La "revolución de las conciencias" hace su entrada, levanta puños, y construye efímeros plantones en el centro de la ciudad, para enfrentar la ignominia de la plutocracia, con los más notables de los empresarios incluidos, que violando todo precepto democrático han hecho nombrar a un presidente espurio.
Recuerdo entonces las palabras del emperador de las telefonías y las encuentro diminutas, ineficaces y estériles frente al vendaval que se avecina, en este mundo donde la concentración del poder económico ha rebasado toda previsión histórica. La ignominiosa inequidad social y las titánicas agresiones a la naturaleza con las que se han festejado las burbujeantes orgías del capital están llegando a sus límites. No sólo los ciudadanos de todos los rincones del planeta están adquiriendo conciencia, también Gaia, la madre tierra, como ha documentado el científico inglés J. Lovelock se apresta a pasarle la factura al Homo sapiens. Estima el sabio, proyectando los efectos del cambio climático global, que hacia finales de este siglo.
Entonces la imaginación toma el poder y al mismo tiempo se quiebra derrotada ante el milagro. Si Slim, el kafkiano, se decidiera por una nueva forma de locura, la felicidad o la mesura podría llegar en un instante, rosado, tornasol, quizás violeta, a todos los mexicanos. La fórmula es sencilla, lógica, instantánea y nada costosa: bastaría con dividir la riqueza económica del magnate de las telecomunicaciones (30 mil millones de dólares según Forbes) entre el número de miembros de la especie con pasaporte mexicano colocados en el estrato de mayor pobreza (digamos unos 25 millones): cada ciudadano de ese país de sufrimientos, disparidades e injusticias, dispondría de inmediato para el pleno disfrute de su existencia de mil 200 dólares. A la nación retornaría la tranquilidad, a ellos el festín, la seguridad y quizás la prudencia; y lo más importante, el magnate Slim se salvaría de convertirse en cucaracha, tal como lo previó, y sin conocer este país, el escritor checo.
Víctor M. Toledo.
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